Por: Eduardo Perez
Una historia profundamente humana sobre cómo conocí a Tim Ballard, el hombre detrás de Sound of Freedom, y descubrí a un ser lleno de sensibilidad, amor y una inmensa capacidad de entrega al prójimo.
La película me abrió los ojos. Él, el corazón.
Vi Sound of Freedom con el alma apretada. Cada escena me estremecía. No por lo que mostraba, sino por lo que insinuaba: el silencio de millones de niños invisibles, olvidados, vendidos como mercancía. Esa historia no era ficción. Era un grito real.
Pero lo que no sabía es que, a través de esa película, iba a encontrarme con algo que va más allá de la pantalla. Gracias a mi querido amigo Fernando Mao, tuve el privilegio de conocer a Tim Ballard. No al personaje. No al héroe cinematográfico. Al ser humano.
Y ahí fue cuando todo cambió.
No esperé que me mirara así: con bondad, sin prisa, con alma

Tim no llegó con aires de grandeza. No se presentó como una figura pública ni como alguien importante. Llegó como quien llega a una reunión entre amigos, con los ojos llenos de historia, sí, pero también con una ternura que no esperaba.
Me escuchó. Me sonrió. Me hizo sentir visto. En medio de su carga —una que muy pocos podrían soportar—, se tomó el tiempo de hacer una broma. Me dijo, entre risas: “Te voy a adoptar”.
Quizás para muchos fue una broma más. Para mí, fue un abrazo. Fue una forma de decir: “Aquí estoy contigo. No estás solo”.
Y en ese momento, sentí algo que aún hoy me cuesta describir. Porque ese hombre, que ha enfrentado el horror más profundo, todavía tiene espacio en su alma para el amor, para la ternura, para conectar con otro ser humano desde lo más simple: una mirada, una risa, una broma cargada de humanidad.
Descubrí a un hombre que ha visto el infierno… y eligió quedarse en la tierra para ayudar
Tim ha visto lo que nadie debería ver. Ha caminado entre sombras. Ha escuchado los gritos que la sociedad elige ignorar. Y sin embargo, en vez de endurecerse, eligió seguir sintiendo.
Él no solo lucha por rescatar cuerpos. Él quiere devolverle el alma a los niños. Y también a los adultos, como yo, que a veces sentimos que el mundo se volvió demasiado frío, demasiado duro, demasiado indiferente.
Lo vi hablar con todos. Reír, abrazar, agradecer. Lo vi ser uno más. Lo vi ser humano. Y fue ahí donde entendí que su mayor poder no es su valentía… es su amor.
Un mensaje que me cambió la vida: el amor es el verdadero acto de resistencia
En un mundo que parece desbordado de dolor, conocer a Tim fue como encontrar una llama encendida en medio de la oscuridad. Una llama pequeña, pero firme. De esas que no se apagan fácilmente porque arden con propósito.
Desde ese día, hay algo en mí que cambió. Ya no miro igual. Ya no callo igual. Ya no vivo igual. Porque cuando conoces a alguien que se entrega por completo a los demás, lo mínimo que puedes hacer es preguntarte: ¿yo, a quién estoy amando así?
Tim me recordó que la lucha más importante no es solo contra el mal… es por el bien. Por el bien de cada niño, de cada alma, de cada persona que aún puede ser salvada, incluso desde una palabra, una risa, una presencia.
Gracias, Fernando. Gracias, Tim. Gracias, vida.
Gracias, Fernando Mao, por haber sido ese puente. Por haberme mostrado el camino hacia un encuentro que cambió mi forma de ver el mundo. Y gracias, Tim, por no solo luchar, sino amar. Por ser tan profundamente humano.
Te vi. Y lo que vi, me conmovió hasta las lágrimas. No por lo que has hecho, sino por cómo lo haces: con el corazón en la mano.
Y esa es la verdadera libertad.