Análisis del capítulo 4 de Cartas del diablo a su sobrino: C. S. Lewis muestra cómo el diablo puede usar la oración y el ego para apartar al ser humano de lo divino.
Una carta sobre la oración y el autoengaño
En el capítulo 4 de Cartas del diablo a su sobrino, el demonio Screwtape enseña a su sobrino Wormwood cómo manipular el acto más sagrado de todos: la oración.
El “paciente”, es decir, el ser humano tentado, ha empezado a orar con frecuencia desde su conversión. Pero Screwtape le advierte que no todo rezo lo acerca a Dios; si se hace mal, puede incluso alejarlo.
C. S. Lewis usa este intercambio para desnudar una verdad universal: los actos buenos pueden corromperse cuando se centran en el yo y no en el otro.
Los personajes y sus roles simbólicos
Para entender este capítulo, es clave observar a los personajes como símbolos de fuerzas interiores:
- Screwtape representa la inteligencia del mal, la astucia que conoce los rincones más débiles del alma humana. No es el diablo del fuego y el caos, sino el de la razón fría, el que observa y manipula.
- Wormwood, su sobrino aprendiz, encarna la tentación inexperta, impaciente y torpe, que quiere resultados inmediatos.
- El paciente es el ser humano común, un creyente sincero pero vulnerable, que lucha entre el deseo de servir a Dios y su tendencia natural al orgullo y la distracción.
Desde estos tres ángulos, Lewis construye una dinámica que no solo critica el mal, sino también la fragilidad del alma moderna.
La oración como campo de batalla
Screwtape enseña que el truco no es impedir que el paciente ore, sino hacer que ore mal.
Le sugiere que dirija sus oraciones no a Dios, sino a una imagen mental de Dios, una figura vaga o imaginaria creada por su propia mente.
“Haz que ore a algo que él mismo haya inventado —dice Screwtape—, no al Ser que realmente existe.”
Este detalle es fundamental: Lewis alerta sobre la idolatría interior, ese hábito de hablar con una idea cómoda de Dios en lugar de confrontarse con el misterio real.
El mensaje es profundamente espiritual: la oración no transforma si no nos enfrenta con la verdad.
La trampa del sentimentalismo
Screwtape también anima a Wormwood a que haga del rezo del paciente un acto puramente emocional.
Si logra que asocie la oración solo con “sentirse bien”, cuando llegue la sequedad o el cansancio, creerá que su fe ha desaparecido.
C. S. Lewis describe así un fenómeno psicológico muy real: la dependencia de la emoción religiosa.
El ser humano busca sentir la presencia divina, cuando en realidad la fe madura es capaz de permanecer firme incluso en la ausencia de consuelo.
El diablo, en el relato, sabe que si puede hacer depender la fe de la emoción, la volverá inestable y superficial.
El ego disfrazado de devoción
Otro elemento que Screwtape aprovecha es el orgullo espiritual.
El paciente puede empezar a sentirse satisfecho de sus oraciones, o peor aún, compararlas con las de otros.
Lewis muestra cómo el yo se infiltra incluso en los actos de humildad: el creyente que se considera “bueno para orar” ya ha caído en la trampa.
La enseñanza aquí es psicológica y moral: incluso lo sagrado puede contaminarse cuando el yo busca protagonismo.
La estrategia infernal: distorsionar lo bueno
Lo fascinante de este capítulo es que Screwtape nunca propone hacer que el hombre abandone la oración.
Su plan es mucho más sutil: convertir la oración en un ejercicio vacío, emocional o egocéntrico.
Así, el hombre seguirá creyendo que avanza espiritualmente mientras en realidad se aleja del verdadero encuentro con lo divino.
Lewis sugiere que el mal no siempre destruye lo bueno; muchas veces, lo pervierte.
Reflexión final: una lección sobre autenticidad
El capítulo 4 de Cartas del diablo a su sobrino nos recuerda que la vida espiritual es una relación viva, no un ritual automático.
Screwtape, con su tono irónico y cruel, enseña a su sobrino algo que los humanos olvidan con facilidad: rezar no es hablar con uno mismo, sino abrirse a algo más grande.
Lewis, a través de esta “clase infernal”, nos invita a revisar la intención detrás de cada acto espiritual:
¿Oramos para sentirnos bien o para buscar la verdad?
¿Para cambiar al otro o para cambiar nosotros mismos?