En este artículo reflexiono contigo sobre el desierto y la victoria que Dios nos da. Un proceso duro, pero lleno de propósito, fe y transformación.
Cuando te hablo del desierto y la victoria
Hoy quiero hablarte desde mi corazón, porque sé que estás pasando por un momento difícil. Mientras pienso en ti, recuerdo lo que significa caminar por el desierto y la victoria que Dios nos da después del proceso. Yo sé que esa verdad también es para ti.
El desierto: ese lugar donde nadie quiere estar
Cuando pienso en el desierto, pienso en ese lugar seco, silencioso y a veces doloroso. Y te confieso que yo también he estado ahí. Sé lo que es sentir que las fuerzas se agotan y que las respuestas no llegan.
Pero también he aprendido que, justamente ahí, Dios habla más claro. En el desierto no nos distraemos, y es donde Él trabaja de manera más profunda.
El proceso que transforma
No te hablo de teoría. Te hablo de experiencia.
Yo he visto cómo Dios usa el proceso para pulirnos, fortalecernos y devolvernos la esperanza. Y aunque a veces duele, el proceso prepara la victoria. Quiero que lo leas despacio: prepara la victoria.
Tú no estás caminando hacia un final roto. Estás caminando hacia algo que Dios ya vio completo.
La victoria que Dios nos da
La victoria no siempre llega de la manera que imaginamos, pero siempre llega en el tiempo perfecto.
Cuando miro atrás, veo cómo Dios me sostuvo, me levantó y me dio más de lo que perdí. Y por eso hoy puedo decirte, mirándote con sinceridad: tú también verás tu victoria.
No porque seas fuerte, sino porque Dios no falla.
Por qué creo que tu historia no termina aquí
Te hablo desde la fe, desde la lucha y desde la experiencia. Nada de lo que estás viviendo es casualidad. Dios está escribiendo algo contigo, incluso ahora.
Sé que tu corazón se siente pesado, pero quiero recordarte que el desierto no es tu destino. Es solo el camino hacia algo mejor.
Mi reflexión final para ti
Cuando pienso en el desierto y la victoria, pienso en ti.
Creo que Dios te está llevando paso a paso, incluso cuando no lo ves. Confía en Él. Agárrate fuerte. Este proceso no te quita: te prepara.
Y cuando todo pase —porque pasará— mirarás atrás y dirás: “Valió la pena. Dios estuvo conmigo.”