Por: Eduardo Perez
En este artículo analizamos el capítulo 24 de Cartas del diablo a su sobrino, explorando cómo C. S. Lewis revela los riesgos del autoengaño espiritual y la manipulación emocional. Una reflexión profunda ideal para quienes buscan crecimiento interior.
El autoengaño como arma: Reflexiones sobre el capítulo 24 de Cartas del diablo a su sobrino
El capítulo 24 de Cartas del diablo a su sobrino es uno de los más reveladores en cuanto al modo sutil en que Lewis describe la corrupción interior. A través de las instrucciones de Escrutopo, el lector descubre cómo el enemigo espiritual del hombre no siempre busca destruir con violencia, sino que prefiere desviar, confundir y alimentar el orgullo disfrazado de virtud.
El peligro del “romanticismo espiritual”
En este capítulo, Escrutopo aconseja a su sobrino Orugario que aproveche la nueva relación amorosa del “paciente”. Esta relación, aparentemente pura y orientada al bien, se convierte en terreno fértil para la tentación.
Lewis muestra cómo incluso una experiencia noble puede convertirse en un arma cuando el individuo empieza a sentirse superior moralmente. El paciente corre el riesgo de confundir emoción con fe, intensidad con profundidad, fervor con transformación real.
Este tipo de romanticismo espiritual produce un entusiasmo hueco: mucho sentimiento, poca raíz.
El orgullo disfrazado de sensibilidad
Uno de los elementos más brillantes del capítulo es cómo Lewis revela la facilidad con la que un creyente puede caer en la trampa del orgullo “sutil”. No el orgullo evidente, sino aquel que se viste de sensibilidad, delicadeza espiritual y refinamiento moral.
Escrutopo celebra la posibilidad de que el paciente empiece a verse a sí mismo como parte de un grupo selecto, más “espiritual” que los demás. Ese sentimiento de distinción es exactamente lo que lo separa de la humildad auténtica.
Lewis nos recuerda que el orgullo no siempre se presenta como arrogancia; muchas veces se manifiesta como elitismo moral.
La trampa de medir la espiritualidad de otros
En este capítulo se muestra un mecanismo psicológico muy humano: la comparación.
El paciente, inmerso en una relación con una joven virtuosa y una familia muy devota, puede caer en la tentación de compararse con otros creyentes. Esto crea un círculo vicioso:
- Se siente más espiritual que algunos.
- Desprecia a quienes juzga “vulgares” o “poco profundos”.
- Empieza a amar una imagen idealizada de sí mismo.
- Se aleja del verdadero objeto de su fe.
Lewis parece advertir que el crecimiento espiritual pierde su esencia cuando se convierte en una competición silenciosa.
Una crítica fina a la religiosidad superficial
El capítulo 24 es una denuncia elegante contra todo aquello que convierte la fe en apariencia: modas espirituales, frases de libro, sensibilidad estética sin compromiso moral real.
Lewis invita al lector a desconfiar de las experiencias intensas que no llevan a transformación interior y de las comunidades donde la espiritualidad se convierte en una identidad social más que en un camino de vida.
Aquí, como en el resto del libro, el enemigo no busca que el hombre sea perverso, sino simplemente superficial.
Reflexión final: un espejo incómodo
Este capítulo funciona como un espejo. Nos obliga a preguntarnos:
- ¿Busco a Dios o busco sentirme bien con mi propia espiritualidad?
- ¿Confundo emoción con compromiso?
- ¿Caigo en comparaciones que me alejan de la humildad?
Lewis nos advierte que las peores trampas no son las más obvias. Muchas veces, el mal entra por la puerta del autoengaño y el halago interior.
El capítulo 24 nos invita a una vigilancia permanente y humilde, esa que no presume, no se compara y no busca reconocimiento, sino autenticidad.